"50 PROCESOS +"
50 Procesos es el segundo capítulo de la muestra 50 Concursos. Una exposición en pos de la democratización de la disciplina y la recuperación de la identidad arquitectónica misionera. El Colectivito presenta esta vez los antecedentes conceptuales y gráficos que han formado parte de la investigación para aquellos proyectos arquitectónicos, e invita a referentes de otras disciplinas a compartir sus propios procesos.
«La arquitectura es a menudo una victoria sobre el proceso de creación de la arquitectura». Sam Jacob en Log.
Un proyecto de arquitectura nace, desde el interior del arquitecto, luego de recorrer un proceso arduo de investigación y reflexión. Se carga de «historia, inconsciente memoria e incalculable y anónima sabiduría». Todo olvidado para poderlo recordar, luego de dar lugar a unas inconscientes interrelaciones, en el momento oportuno. El proyecto logra sintetizar el recorrido entero de la institución de la arquitectura en unas pocas líneas. Vuelve estático y captura en la inmediatez del pensamiento todo el dinamismo de unas ideas que evolucionaron y fueron concebidas con el correr del tiempo, por el proyectista y por todos aquellos que lo antecedieron en la tarea. Si la arquitectura es el reflejo de una época y el proyecto puede entenderse como una captura instantánea de un proceso ancestral de pensamiento, entonces el concurso puede definirse también como el retrato, fugaz y perecedero, de las ideas y circunstancias relucientes en una sociedad. En relación a unos retratos de Giacometti, Enric Miralles habla así: «Una pintura es así, un trozo de tiempo. Un lugar donde depositar la intensidad de un trabajo». En referencia a los concursos de arquitectura podríamos decir exactamente lo mismo. Un concurso es así, un trozo de tiempo.
En todo proyecto de arquitectura, el temporal es un factor clave que define, en el producto terminado, una multiplicidad de connotaciones particulares de una época. Debido al aumento exponencial de influencias que la cantidad de personajes implicados en el proceso provoca, las obras surgidas mediante concursos, aún los proyectos que no triunfan y el bagaje que la sociedad recibe por una suerte de efecto derrame, consiguen una carga de temporalidad un tanto más elevada que el resto.
Innegablemente, muchos son los arquitectos que utilizan los concursos de arquitectura con intenciones de competir y adjudicarse el proyecto decisivamente. Sin embargo, existen también, y no son menos, aquellos que entienden al concurso como un paso más en una carrera de investigación proyectual que se da en un tiempo manifiestamente más prolongado y paralelo a la competición misma. Es allí donde se observan las mayores ganancias teóricas e intelectuales dentro de un sinfín de procesos proyectuales ajenos al propio concurso que acaban, indefectiblemente, reflejándose en proyectos posteriores. Experimentación e investigación proyectual son, sin duda, unos objetivos pretendidos a la hora de participar en competencias de este tipo. Por ello, se vuelve imprescindible reivindicar el proceso sufrido.
Jorn Utzon explicita la importancia de los procesos en la arquitectura: «El trabajo creativo del arquitecto es de una naturaleza tan complicada que para obtener resultados satisfactorios son necesarios un enorme número de dibujos, maquetas (y procederes). La mayor parte de este trabajo puede parecer inútil […] hasta el noventa por ciento del trabajo puede ser desechado. En vez de quejarse de este derroche, hay que compararlo con la derrochadora abundancia de la naturaleza. Le Corbusier lo expresó en estos consoladores términos: “El trabajo del arquitecto nunca se pierde; el trabajo realizado en cada obra contiene algo útil para la siguiente.». Cuando hablamos de concursos, la situación es bien similar. Por más que sean erróneamente catalogados algunas veces como meros ensayos o experimentaciones, el valor arquitectónico y aquel referido al proceso proyectual que reflejan no llega a ser, siquiera, discutible.
Abril de 2022
el colectivito